Mario la miraba desde la cama revuelta y todavía caliente mientras ella se vestía a toda prisa. Su mirada era turbia, extraña, perdida en el vacío. Acababan de hacer el amor durante más de una hora, durante más de una hora había sido suya, la había poseído. O eso creía él. Porque aunque intentara acallar los fantasmas que le gritaban desde su interior que ella no era de nadie, en el fondo, en su fondo, él lo sabía. Que nunca sería suya del todo. La voz de ella le sacó de su ensimismamiento.
-¿Has visto mis medias por alguna parte?, le gritó ella desde el cuarto de baño.
Su voz… esa voz dulce y ronca a la vez que le enloquecía por completo cuando le susurraba en la oreja palabras sucias, o cuando le gritaba en sus orgasmos compartidos. Esa voz que siempre tenía grabada, aunque no pudiera escucharla tan a menudo como él deseara. Que le excitaba tan sólo al escucharla por teléfono, la mayoría de las veces en el mensaje de su buzón de voz que ella había grabado.
Él tenía una de sus medias entre las manos, absorbía su perfume y deslizaba por su cara la suavidad de la licra y el encaje impregnados de su olor, del olor de ella, el de su piel mezclado con su sensual crema para el cuerpo, y el olor a su sexo y al que acaban de compartir, el sexo de los dos… dejando volar la mente a esos momentos únicos…
-¡Mario!, gritó ella, de pie frente a la cama, frente a él, con los brazos en jarras. Él bajó de sus fantasías volviendo a la realidad de golpe y la admiró de nuevo, ya vestida y con el maquillaje impecablemente retocado, deleitándose en sus curvas, ahí junto a él, en la misma habitación, tan cerca pero tan lejos al mismo tiempo, le costaba creer a veces que tan sólo unos minutos atrás había estado adentrado en ese cuerpo por completo. Se miraron fijamente, él sonrió pero ella tenía un gesto interrogante y algo frío.
-Joder, ¡¿hay alguien ahí?! Te he preguntado si habías visto mis medias, llevo media hora buscando la que me falta como una loca intentando averiguar por dónde las habías tirado al sacármelas y resulta que la tienes en la mano… ahora va a resultar que eres un fetichista y yo sin saberlo, le iba diciendo mientras le sacaba la media de la mano y se sentaba en la cama para ponérsela, haciéndose un hueco entre el cuerpo de él, que seguía mirándola embobado, recreando cada segundo pasado junto a ella en aquella habitación hacía un rato, la sensación del roce de su piel… y solamente al pensarlo y recordarlo se le ponía la carne de gallina.
-Es sábado… ¿De verdad tienes que irte ya, tan pronto, con tanta prisa?, se atrevió a preguntarle aun sabiendo de antemano cuál iba a ser la repuesta, y que con tantos interrogantes juntos y a la vez no iba a ninguna parte con ella.
Pero quería retenerla, con desespero, aunque tan sólo fuera un rato más, saber que podía tenerla durante más tiempo… siempre se quedaba con esas ganas de más.
Ella le miró condescendiente y acariciándole rápidamente la cara mostrando una media sonrisa antes de ponerse en pié de un salto le dijo: -Mario cielo, ya sabes que tengo mil cosas que hacer. Ya hemos estado juntos… no lo quieras todo, sabes que no puedo quedarme.
...“Aunque me encantaría”, anheló él que añadiera al final, como siempre deseaba… pero ella nunca añadía nada de lo que él pudiera desear a sus contestaciones.
“No lo quieras todo”… si con “todo” se refería a ella, claro que lo quería todo. La quería a ella siendo un todo, y no solamente retazos de fugaces momentos, que ni siquiera juntando todos ellos conseguía ser el “todo” que él deseaba más que ninguna otra cosa.
Toda ella, la quería toda, solamente para él. Y mientras ella cogía el bolso, se atusaba el pelo frente al espejo y se acercaba a darle el beso de despedida, él quiso en ese momento tener el poder de parar el tiempo, o de amarrar esos labios para no dejarlos ir. Pero no hizo ni dijo nada más, porque sabía que Fabiola siempre se marchaba aunque no la dejaras ir.
27/3/09
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